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■ L'hiver
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- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 2005-10-03 | [Ce texte devrait être lu en espanol] | Inscrit à la bibliotèque par Valeria Pintea
Rubens, rÃo de olvido, jardÃn de la pereza
Almohada de carne fresca donde no se puede amar, Pero donde la vida afluye y se agita sin cesar, Como el aire en el cielo y la mar en la mar. Leonardo de Vinci, espejo profundo y sombrÃo, Donde ángeles encantadores, con una suave sonrisa Cargada de misterio, surgen a la sombra De los glaciares y de los pinos que encierran sus tierras. Rembradt, triste hospital colmado de murmullos, Y un gran crucifijo decora solamente, Donde la oración en llanto se despide de la basura, Y donde un rayo de invierno la atraviesa bruscamente; Miguel Angel, vago lugar donde se ven Hércules Mezclarse a los Cristos, y se levantan todos rÃgidos Fantasmas poderosos que en los crepúsculos Desgarran su sudario estirando los dedos; Cóleras de boxeador, impudor de fauno, Tú que supiste recoger la belleza de los granujas, Gran corazón lleno de orgullo, hombre débil y amarillo, Puget, melancólico emperador de los forzados; Watteau, ese carnaval donde tantos corazones ilustres, Como mariposas, vagan centelleando, Decorados frescos y ligeros iluminados por arañas Que vuelcan la locura en este baile giratorio; Goya, pesadilla repleta de cosas desconocidas, De fetos que se hacen cocer en medio de los sabbats, De viejas frente a espejos y niñas desnudas, Para tentar a los demonios ajustando bien sus medias; Delacroix, lago de sangre que frecuentan ángeles malvados, Sombreado por un bosque de abetos siempre verde, Donde bajo un cielo de pena, extrañas fanfarrias Pasan, como un leve suspiro de Weber; Esas maldiciones, esas blasfemias, esos lamentos, Esos éxtasis, esos gritos, esos llantos, esos Te Deum, Son un eco repetido por mil laberintos; Son para los corazones mortales, un opio divino! Es un grito repetido por mil centinelas, Una orden transmitida por mil portavoces; Es un faro iluminado sobre mil ciudadelas, Un llamado de cazadores perdidos en los grandes bosques! Porque en verdad, Señor, el mejor testimonio Que nosotros podrÃamos dar de nuestra dignidad Es el ardiente sollozo que rueda las edades Y viene a morir al borde de tu eternidad!
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